martes, 16 de noviembre de 2010

Testimonio: Fui violado por un censista

Lo primero que me llamó la atención es que alguien se presentara como censista el 4 de noviembre, teniendo en cuenta que el censo se había efectuado el 27 de octubre y que yo ya había sido censado por una maestra con guardapolvos y carterita. No voy a negar que tuve un poco de miedo, pues en mi mente resonaban todavía las advertencias de TN. Pero, por qué voy a negarlo, soy un tanto naiv, y aquel joven alto, atlético, vigoroso y simpático me convenció apenas mostrarme su credencial.
Lo hice pasar, le ofrecí mate cocido (en saquito) y lo dejé en el living de mi casa hojeando unas revistas Gente que me regalaron en la peluquería (sale Zulemita en una de ellas). Cuando acababa de poner la pava y estaba agachado buscando la cajita del mate cocido (en saquito) LEA EL POST COMPLETO AQUI

lunes, 5 de abril de 2010

Sabaraglia febrero de 2003








Febrero de 2003: Sbaraglia se obsesiona con los gestos y los movimientos de cuatro amigas en la playa.

lunes, 22 de febrero de 2010

martes, 2 de febrero de 2010

Tengo una idea: capítulo 2

Tengo una idea: ¿y qué tal si los cibernautas que siguen cada paso que doy en mi blog me tiran letra para continuar con esta novela? Qué buena idea! Espero que no se le haya ocurrido a nadie antes. Aquí va entonces el segundo capítulo incompleto:


Capítulo 2 – La física
Si hay una ciencia que es clara heredera de la metafísica medieval y antigua, la continuación de las especulaciones de la escolástica por otros medios, esta es la física. Las preguntas de fondo son las mismas, de qué está hecho lo que nos rodea, qué se esconde tras los fenómenos, etc. En lugar de un designio divino, lo que busca ahora son simples regularidades expresables de manera abstracta. Veámoslo por el lado de sus productos sociales, nada se parece más a un especulador medieval que un físico. Los dos están envueltos en un halo de misterio, el halo que recubre al que conoce los arcanos del universo. Los dos creen falsamente que el ascenso a este saber es democrático, que cualquiera puede y tiene derecho de alcanzarlo. Sin embargo, el camino para alcanzar este saber es tan largo que lo convierte de hecho en algo esotérico, tanto como cualquier secta que, con una simple disposición arbitraria, restrinja la entrada de sus socios. Pero entre la física y una secta hay una diferencia, pues este camino tiene su razón de ser, al menos en el caso de la ciencia moderna, y eso es lo que intentaron mostrar dos personas, cuando todo el conocimiento del mundo se había perdido.
Lápiz y libreta en mano, Piero y Nito se dirigieron a una plaza alejada del centro para recrear el famoso experimento de Galileo, o lo que creían recordar de ese experimento.
- El experimento de Galileo arrojando objetos desde una especie de tobogán en una torre es algo que recuerdo de las clases de física, en realidad es lo único que recuerdo con claridad, porque no recuerdo bien el contexto y el propósito de este experimento – reflexionó Piero, y continuó con algo más de confianza en sus recuerdos: ¡en este punto la ciencia moderna rompe definitivamente con las creencias anteriores acerca de la naturaleza!
- Si rompe con las creencias anteriores, debe ser con la edad media y con la antigüedad. La física de la antigüedad fue pensada por Aristóteles – sorprendió Nito a su amigo–. Los cuerpos caen a diferentes velocidades tratando de acercarse al lugar natural que les ha sido asignado en el orden de la naturaleza, esa es la idea básica.
- ¡Bien! ¡Tenemos ahí un buen punto de partida para pensar la física moderna! Había algo en lo que acabás de decir que les empezó a sonar mal a los hombres del siglo XV en adelante. Sería la idea de un orden natural, quizás, la de que cada cosa está bien en su lugar, o más o menos bien, y por eso se mueve, tratando de estar bien del todo. La tierra busca la tierra y el fuego busca acercarse al fuego, y por eso sube, porque…
- Porque las estrellas serían de fuego, para los antiguos – imaginó Nito. - Pero entonces, todas las cosas que caen buscan a sus iguales que están abajo, con lo cual habría que pensar que debajo de la tierra hay una duplicación de lo que tenemos arriba.
Esto era llevar la especulación demasiado lejos. No se trataba de reconstruir la ciencia antigua sino la moderna. Si bien era preciso pensar los rudimentos de la física antigua, sus ideas directrices, no tenía sentido práctico revivir creencias que, como ha quedado en evidencia más que de sobra, no produjeron ninguna revolución tecnológica ni dieron pie a un progreso ininterrumpido en el conocimiento. En suma, sólo había que volver a algunas ideas antiguas para oponerlas a las de la modernidad, y con eso bastaba. Nito ya había apuntado lo suficiente, ahora era el turno de darle un sentido al experimento de Galileo, y si era posible antes de que oscureciera, porque después toda medición se tornaría imprecisa.
- ¿Qué era lo que Galileo quería mostrar con este experimento? – preguntó Piero.
- Experimento crucial – remarcó Nito, y los dos siguieron esforzándose por recordar lo que habían estudiado hacía más de diez años en la escuela secundaria.
- Crucial para los libros de física, especialmente para los escritos mucho después, – corrigió Piero -. No se sabe, me parece, si fue hecho alguna vez, o si pasó directamente a formar parte de la mitología científica. Galileo queda como el héroe que le muestra al mundo que estaba equivocado desde hacía milenios, y que lo que la Iglesia había enseñado no era otra cosa que oscuridad y tinieblas. Esa es la versión oficial, que fue escrita mucho después. Pero dejando eso de lado, ¿qué era lo que quería mostrar este hombre? Algo había allí después de todo, algo determinante, que terminó tomando la forma de una multitud de aparatos y máquinas a lo largo de un proceso lineal de progreso.
- Quería mostrar que los cuerpos caen a la misma velocidad, eso me acuerdo, pero algo quería demostrar con eso, y eso no lo recuerdo muy bien. Se me ocurren ahora dos cosas – imaginó Nito –, que la teoría aristotélica era un verso y había que cambiarla entonces por otra, o bien que existe algo así como una fuerza natural que compensa la que atrae desde abajo, complementando así a Aristóteles.
- Esperá un poco, pensemos despacio, si es cierto que la Iglesia había mantenido todo en la más oscura ignorancia, entonces no puede surgir de la nada un tipo que revele la verdad científica rompiendo con todos los prejuicios de manera absoluta. Por un lado, todos los elementos para pensar eran los de la tradición medieval, y, por el otro, la naturaleza estaba ahí desde antes para que se hicieran experimentos, de modo que los antiguos no podían estar tan errados –apuntó Piero, que era siempre el más sensato de los dos para hacer conjeturas-. Debe haber querido corregir a Aristóteles, complementar en algún punto insignificante una teoría corroborada por dos mil años de observación.
- Acá no puedo jugarme por la otra opción – siguió Nito, quien avanzaba generalmente opiniones más controvertidas, pero que en algún punto tenía que ceder frente a la sensatez de Piero. Después de todo, como bien se daba cuenta, estaban reconstruyendo nada menos que la ciencia moderna en sus etapas incipientes. Un poco de cautela era bienvenida. Si bien la ciencia nació con las conjeturas más audaces de hombres verdaderamente jugados, tampoco se trataba de unos loquitos que arriesgaban ideas sin ton ni son. Y la naturaleza, además, por lo que uno la conoce, es bastante anodina y regular en su comportamiento. Por todo esto, Nito aceptó la segunda de las posibilidades expresadas por su amigo, a saber, que Galileo había querido meramente complementar la física aristotélica, agregar su granito de arena, cambiar levemente la dirección de la investigación. Sin duda alguna, en esto y no en otra cosa había consistido la ruptura moderna. Plantearlo de otro modo era entender al desarrollo científico como algo alocado, desconectado de toda realidad histórica y humana.

El momento de la especulación y los esfuerzos por recordar dejaron finalmente el paso a la acción. No se podía prolongar indefinidamente lo que realmente importaba, el experimento mismo que daría la razón, o no, a lo que el pensamiento edificaba en el vacío. Las alas de las ideas precisaban del aire del experimento para poder volar. Piero había traído en una bolsa de plástico una serie de objetos diversos, casi todos de forma circular pero de diverso peso y tamaño. En la escuela también había utilizado esos objetos o al menos los habían dibujado en el pizarrón para estimular la imaginación de la clase. Entre ellos había una naranja, un pisapapeles de piedra, un carozo de aceituna, una lata de atún vacía y el taco de un zapato, roto y gastado. Por supuesto, había dos pelotas, una de cuero y otra de goma, en las que recaía por así decirlo el verdadero peso del experimento. La idea era ir arrojando estos objetos, uno por uno, desde lo alto de un tobogán, aprovechando que ya no había niños en la plaza. Reloj y libreta en mano, uno de los dos anotaría los resultados. Tenían claro que no era necesario lograr una precisión absoluta, se trataba de “ir en la dirección” de los primeros pasos de la ciencia, no de repetir su contenido sino sus primeros ensayos.
Piero, que era el más interesado en que el experimento se realizara respetando normas mínimas como el de una repetición regular, se quedó abajo esperando caer las cosas. Nito, ubicado en lo alto del tobogán, a unos tres metros y medio del suelo, empezó a arrojarlas.
- ¡Todavía no! – rugió Piero, que estaba dibujando una especie de cuadrícula en la que irían los resultados, y que por eso mismo no alcanzó a frenar la caída del pisapapeles de piedra, que no sólo demostró una gran idoneidad para seguir la ranura entre las maderas del juego de plaza, sino que lo golpeó en una rodilla. – Tiralo de nuevo cuando yo te diga, imbécil – apuntó, alcanzándole a Nito el primer objeto. El insulto no había caído en saco roto, determinando quizás el fracaso final de la prueba.
Así fueron cayendo, con más suavidad, las pelotas, con cierta dificultad la lata y en un viaje incierto, diferente cada vez, el resto de los objetos. Hubo que descartar la aceituna porque se iba por la ranura, aunque Nito intentaba infructuosamente que siguiera por el medio del listón de madera. Había objetos que ni siquiera parecían caer en base a su propio peso, sino que toda su caída era fruto del modo en que los tiraban.
Más allá de esto, quedó en evidencia que la superficie del tobogán era la que determinaba en mayor medida la velocidad y el modo de la caída de la mayoría de los objetos. No se podía inferir de allí nada con respecto a la caída de los cuerpos mismos. Nito propuso entonces circunscribirse a las pelotas, y consiguieron pelotas de diferentes tamaños y materiales que pusieron inmediatamente a caer, deseosos por conocer el resultado científico de las caídas. Nito tiraba y Piero anotaba. Así estuvieron un par de horas, hasta que la caída de la noche dio por terminada la fase empírica del experimento.
- Es indudable – concluyó Piero con la vista puesta en su tabla de resultados – que los cuerpos caen a velocidades diferentes.
- Es el viento – señaló Nito – que frena o da impulso a los cuerpos según su material y la dirección en la que sopla.
Era cierto que la tarde era ventosa, pero también lo era que el tobogán estaba relativamente resguardado. Por eso Piero se animó a decir que el viento no jugaba ningún papel. – Todo depende del peso de los cuerpos – afirmó.

martes, 27 de octubre de 2009

Un sueño con los concejales


Soñé con los concejales. Yo estaba como adentro de un caño. Me miraban desde afuera, vestidos de traje y corbata. Uno tenía un traje más claro y cruzaba sus brazos sobre su barriga. Otro me miraba con el ceño fruncido, como preguntándome qué estaba haciendo ahí adentro, por qué no salía. Por lo demás, parecían estar alegres conmigo allí. Dónde está Pulti!, comencé a gritar, Dónde está Pulti! Nadie parecía oírme, seguían sonriendo, cruzados de brazos, con el cabello un poco desordenado por el viento...

martes, 25 de agosto de 2009

Sabías qué?

¿Sabías que el costo de fabricar una crema de enjuague es el doble que el de fabricar un champú, y que los fabricantes nivelan los precios por una estrategia comercial? Las estadísticas muestran que la venta de dos productos de venta combinada cae cuando la disparidad de precios que existe entre los mismos es mayor.

viernes, 21 de agosto de 2009

Novela Capítulo 1

El renacimiento de la ciencia moderna


Capítulo 1: El proyecto

El mundo, tal como lo conocemos, se había terminado. A alguien se le había ocurrido almacenar todo el conocimiento existente, pero luego de un tiempo, por alguna razón ahora desconocida, todo se borró. La causa importa en verdad poco y hay infinidad de versiones contrapuestas. En todo caso, estábamos de vuelta en un punto cero, o en un nuevo punto cero de la historia, con la sensación de que mucho se había perdido, pero la incertidumbre acerca de qué era exactamente lo que se había perdido. Las cosas siguieron funcionando por una inercia natural pero ya sin el sustento de las explicaciones acerca de qué leyes les permitían operar. Algunos, más curiosos que otros, se quedaban maravillados contemplando máquinas que cumplían perfectamente su función sin manuales de uso, tratados de electrónica o compendios de física. Seguían funcionando igual, y cuando una se rompía había siempre otra para reemplazarla. Por suerte, la cadena del conocimiento se había cortado dejando al mundo bien provisto. Los televisores funcionaban, los lavarropas funcionaban, los autos funcionabas e incluso los talleres de autos funcionaban. Pero algo se había perdido.
Al principio quedó una vaga sensación colectiva, como de algo olvidado, pero no era fácil recordar qué cosa, y por lo demás no había demasiado interés en recordarlo. Era una sensación difusa que, a lo sumo, tomaba la forma de una molestia mínima que no afectaba el desenvolvimiento en las tareas cotidianas, y que se fue confundiendo con otras molestias más concretas, más palpables, que le quitaron su breve preponderancia. Las personas que conocían lo que se había perdido fueron desapareciendo de manera paulatina. Si bien muchas personas sabían mucho de diversos temas, no encontraron el modo de relacionar su conocimiento con los demás que también sabían. Se juntaban una y otra vez con la mejor voluntad pero sólo conseguían hilar una mezcolanza incomprensible de teorías y datos, sin un eje común y sin saber ordenar la totalidad que iban armando ciegas.
En suma, los esfuerzos por reescribir el conocimiento humanos fueron infructuosos, desalentados una y otra vez por la idea de que era imposible recuperar entre unos pocos lo que se había acumulado a lo largo de siglos de investigación conjunta, y, más importante aún, lo que se había acumulado en base a ideas generales, líneas claras de investigación y concepciones directrices del conocimiento. Luego de un tiempo se pensó que lo mejor era dejar que las cosas que todavía funcionaban siguieran funcionando y dedicarse de lleno a las tareas prácticas.
Esa fue la actitud de los más sabios o prudentes, pero no de la totalidad de la gente común, entre la que había todo tipo de personas que se hacían las conjeturas más osadas y no perdían el interés en lo que se había perdido. Entre los más curiosos hubo dos que se hicieron más preguntas que la mayoría, aunque no fueron ni con mucho los únicos ni los más inteligentes. Tenían una cultura media, habían estudiado algo en el colegio secundario acerca de “las leyes que gobiernan la naturaleza”. Pero sus ocupaciones prácticas los habían alejado del estudio, y sólo de cuando en cuando tomaban en sus manos un libro o discutían sobre temas científicos entre sí, pues eran muy amigos.
Uno de ellos, Piero -el más sensato y reflexivo- tuvo una idea que juzgó interesante, y se la comunicó enseguida a Nito, más fogoso y dado a la especulación. Se trataba nada menos que de intentar reconstruir los primeros momentos de la ciencia moderna.
- ¿Para qué? - preguntó enseguida Nito, alerta frente a alguien que parecía querer desviarlo de sus ocupaciones cotidianas por un tiempo indeterminado. - Eso es algo que ya se ha intentado miles de veces, y ha resultado infructuoso e incluso dañino para la salud.
- Bien, bien –respondió Piero algo molesto porque no lo dejaban terminar su idea –, ha habido intentos muy serios, pero han sido demasiado amplios en sus pretensiones, y por eso fracasaron. Han intentando volver a unir las piezas sueltas como si se tratara de un antiguo jarrón de porcelana, y no han visto que para colocar cada pieza hace falta haber colocado correctamente las demás. Mi intención es ser por un lado más modesto, pero más efectivo por el otro. Más modesto porque se trata de repensar y volcar por escrito solamente los primeros pasos de la ciencia, sus inicios, sus primeras teorías, sus primeros experimentos y, si es posible, las visiones de la realidad que de allí surgieron. Para eso tenemos suficiente en la cabeza, el colegio es, después de todo, el fruto condensado de esa época, y no de la investigación posterior, cada vez más reservada a especialistas. Si logramos apuntar por escrito lo que aprendimos en el colegio, podemos ponerlo luego a circular, y eso dará lugar a una mecánica imparable, similar a la que dio el impulso que buscamos imitar. Los demás pensarán a partir de nosotros, aquí está la eficiencia de mi proyecto. Si bien los primeros pasos que se dan en cualquier terreno que sea parecen una aventura con futuro incierto, son siempre los más espontáneos, libres de prejuicios o al menos inconscientes de los prejuicios, y por esto son en cierto modo los más fáciles de dar.
Una vez escuchada por completo, la idea fue recibida por Nito con algo más de entusiasmo. No se trataba de un proyecto de trabajo sistemático para llevar a cabo encerrados entre libros, sino de una especie de aventura sin una orientación sistemática y que dejaba mucho espacio a la imaginación. De ellos mismos, del interior mismo de sus cabezas, más precisamente, de sus recuerdos algo vagos acerca de lo que habían aprendido en las clases de física, biología, etc. etc., cuando tenían entre catorce y dieciocho años, podía salir una contribución para la dinámica del conocimiento humano. Ellos, dos personas comunes y corrientes que rayaban los treinta, podrían llegar a tener una relevancia impensada en la evolución del conocimiento humano. Pondrían a funcionar de nuevo un engranaje momentáneamente detenido, volverían a colocar los cimientos removidos por una catástrofe impensada, y esta vez sería para siempre.
Así más o menos transcurrieron los pensamientos de Nito, algo más volcados a pensar en una gloria futura que en un proyecto verdaderamente viable. La ola de euforia pasó dejando tras de sí, como suele suceder, una resaca lenta de dudas. Surgieron abruptamente multitud de objeciones que Nito se representó en contra este plan. Una de ellas fue la siguiente:
- Si nos equivocamos en la reconstrucción de algunas leyes científicas, en la formulación de las teorías o incluso en el diseño de los experimentos clave, ¿no vamos a determinar con esto una dirección completamente distinta, hasta alternativa, para el desarrollo del conocimiento? ¿No podría ser esto inclusive peligroso?
Piero se impacientó un tanto, era claro que Nito no había captado el sentido más profundo de su propuesta. En primer lugar – acotó- no tenemos por qué equivocarnos, puesto que se trata de cosas a esta altura muy sabidas, que incluso podemos ya considerarlas como sencillas. Como te dije, nos basta con rememorar lo que aprendimos en la escuela para dar con el conocimiento en cuestión, volver a poner en movimiento la máquina detenida. Limando nuestros recuerdos podemos llegar hasta el núcleo correcto de lo que buscamos. En segundo lugar, la ciencia moderna pretende reflejar la naturaleza, y lo ha logrado, de modo que si nuestra representación es incorrecta, simplemente va a ser refutada por experimentos o teorías futuros. No hay riesgo ni peligro alguno. – El impulso enumerativo se detuvo allí de un modo un tanto abrupto, y Piero sintió la falta de al menos un par de argumentos más para convencer a su amigo y acaso a sí mismo.
Precisamente, Nito no se conformó con esta respuesta. O, más bien, pensó que con ella no se acababan todos los problemas. Sí, claro –señaló- pero primero tenemos que definir nosotros mismos, aunque sea de una manera aproximada, qué es la “naturaleza”, en qué aspectos vamos a tenerla en cuenta, luego tenemos que formular las “teorías” sobre ella –enfatizando cada palabra aquí entrecomillada- y diseñar los experimentos para ponerlas a prueba. Ante aún, tenemos que pensar de qué manera y de qué forma vamos a redactar estas teorías, en definitiva, ¡tenemos que darle un contenido a la idea misma de ciencia! –remató en un esfuerzo intelectual que lo dejó, por algunos instantes, absorto en las palabras que había pronunciado, como si las hubiera pronunciado otra persona o las estuviera leyendo, pues, a su juicio, no estaban tan erradas. Si bien las objeciones parecían válidas, Nito sintió un íntimo placer en poder formularlas con cierta claridad. Esto último fue lo que lo mantuvo reflexionando en el plan de su amigo. ¡Incluso un fracaso podía resultar interesante!
Quien no captó este costado del esfuerzo intelectual, este efecto colateral placentero, fue su amigo. Esto lo comprobó viendo su rostro, no tan apacible, un poco contrariado incluso, triste quizás por avizorar –o, a esta altura, comprobar- una mala interpretación de su proyecto. Después de todo, parecían haber acordado en llevar adelante un plan majestuoso y ya asomaban las dudas y amenazaba el escepticismo y su equivalente anímico, el desánimo.
Pero no fue así, pues Piero se encargó no de refutar todas las objeciones de su amigo, algo que empezó a parecerle no imposible pero sí complicado - pues él mismo era incapaz ahora de reprimir ciertas dudas -, pero trató de entusiasmarlo en aquellos aspectos del plan que, si éste tenía éxito, los llevarían a la fama y pondría a la humanidad nuevamente en la segura senda de la ciencia.
- Lo que en todo caso admito – cedió Piero – es que nuestras fuerzas sólo alcanzarán para darle una forma imprecisa a lo que intentaremos reconstruir. Ya pasaron más de diez años desde que dejamos todo estudio formal, sólo leímos cosas aquí y allá, de este o aquel tema, pero no penetramos en ninguna ciencia de manera sistemática. Nuestro intento será inevitablemente insuficiente …
- Pero esto no le quitará mérito – siguió Nito, asumiendo ahora el rol de defensor del plan, avalando en parte por cortesía los argumentos que su amigo estaba a punto de abandonar, aunque en este caso no sólo por cortesía, sino retomando el entusiasmo inicial que en verdad el proyecto le había provocado, y quizás pensando secretamente en los placeres de la duda. Podrán venir otros – afirmó – que darán forma completa a los cimientos insuficientes y precarios que logremos establecer. El impulso inicial no significa la obra acabada, un par de anotaciones certeras bastarán para lograr nuestro propósito.
Como suele suceder con los proyectos humanos, no es su planificación meticulosa y la demostración de que se encuentran libres de posibles tropiezos lo que les da finalmente vida, sino el ciego impulso de ponerlos en práctica más allá de todo. Y el impulso viene del imaginario placer en pensar en aquel placer que, si todo sale bien, surgirá naturalmente de ir venciendo los obstáculos. Adelantando un goce probable se entusiasma el ánimo y el intelecto viene después, convocado de manera repentina, acaso despertado, para cubrir el hiato entre la fantasía y la realidad. Así pues, a partir del día siguiente y en encuentros sucesivos, Piero y Nito harían el intento por revivir aquellos primeros pasos de la ciencia moderna, que, si bien parecían ya irrecuperables, no habían desaparecido sin haber transformado a la humanidad de manera irrevocable, dejando unos trazos algo borrosos en las mentes de personajes como los nuestros.

martes, 4 de agosto de 2009

Soñé con Zelaya

Soñé con Zelaya. Yo le daba mi apoyo incondicional y quería sacarme un par de fotos con él. Zelaya estaba encantado. El problema es que las fotos salían mal. Cada intento resultaba fallido. Una vez, alguien apuntó mal, otra vez, otra persona apretó largamente el botón, pero hizo poca presión. Zelaya estaba cansándose, yo insitía. De pronto, Zelaya no era más que un almohadón con una cabeza. No tenía cuerpo, o su cuerpo era ese, un almohadoncito chiquitito. Pero no había perdido ni su cabeza con sombrero ni su capacidad de locomoción. Se iba a cada rato al baño o al algún lugar entre los yuyos a hacer sus necesidades (estábamos en el campo). Se movía como a saltitos, pero por el aire. Hasta aquí mis recuerdos.

lunes, 27 de julio de 2009

Donde hubo fuego


La paranoia idiota de la gripe porcina nos dejó algunos recuerdos como este.

(hoy en el Registro Civil de Independencia y Castelli)

domingo, 19 de julio de 2009

Entrevista: Jorge Penín revela intimidades de “Teleocho 8 informa”

Protagonista indiscutido del principal noticiero marplatense, laureado en Israel, Jorge Penín ya tiene su club de fans en Rusia. Ahora espera el reconocimiento en su propia tierra. El locutor de la frase precisa y la mirada socarrona nos recibió en su casa de Parque Luro. Aprovechamos para hacerle una entrevista a fondo.

- ¿Cómo fueron tus inicios como locutor profesional?
- Este oficio no es fácil. Al principio me trabucaba, no podía meter una frase entera, en el canal me decían el tarta. Pero la conducción confió en mí, fue cuestión de seguir adelante y, ante todo, aprender de mis mayores. Me costó mucho, hasta te digo que miraba una y otra vez las presentaciones del Cholo en el mundial 86, sacaba frases y las repetía en el espejo.
- Me cuesta imaginar esa situación. Uno mira “Teleocho primera edición” y el trabajo que hacen es muy profesional.
- No todo es tan serio como parece allá adentro –Penín ríe y se relaja-. Pedro Mazza, que parece un tipo serio y aburrido, es nada que ver. A veces presenta el tiempo en zoncillonca y medias. En otra época, cuando yo telecleaba, aprovechaba para hacerme tentar de risa, un día se apareció con un sombrero de mejicano y unos bigotes pintados. Ya nadie le cree, en el canal, en nada.
- Cómo en nada, imagino que su trabajo lo hace bien, no estarás insinuando que inventa los reportes del tiempo…
- Vos lo dijiste, no yo. Además el tipo odia Necochea. Vos fijate bien, cuando lo veas mañana, que el clima en Necochea está siempre medio choto, nublado o se viene una tormenta. Resulta que Pedro es de Necochea, tuvo una infancia difícil, mucho no quiere hablar, pero se descarga con el tema del tiempo.
- Pero el resto es verdad…
- Verdad, lo que se dice verdad, no es. Un ratito antes del noticiero Pedro mira en internet y te arma un speech, que Miramar va a esta así, que Mar Chiquita asá, si total nadie controla. Lo que más importa, en todo caso, es la política del canal, que se baja de arriba. El clima es como el corazón del noticiero, después viene el deporte y luego la política. Si al colorado le conviene buen tiempo, buen tiempo, si le conviene lluvia, Pedro te arma un alerta meteorológica.
- Pasemos a otro tema, ¿te sentís cómodo en tu rol de locutor o tenés otras ambiciones?
- Mi única ambición es seguir perfeccionándome en mi trabajo. Eso te exige practicar todos los días. Te muestro, vos tirame una palabra y yo te armo un título.
- No es necesario, sabemos ...
- Tirame, tirame.
- Bueno, “Mundial”.
- “La selección se prepara de cara al mundial de Sudáfrica”. Eso sí, tenés que estar actualizado, saberte todas las capitales y presidentes. Tirame otra.
- “Intendente”.
- “El intendente se reunión con la comisión de seguimiento.”
- “Colectivos”.
- “No tiene final la novela del transporte en Mar del Plata”.
- “Gripe”.
- “Alarma por la gripe A: ya son 23 los contagiados en el municipio”.
- “Calor”.
- “Consejos de los especialistas ante la inminente ola de calor en la ciudad”. ¿Viste? Parece difícil. Hace unos años no me hubiera salido nada. Me tirabas algo y me quedaba callado como un muñeco, tenían que mandar al corte urgente. Por suerte estaban las propagandas de Norbert de Goas, que todos se reían y se olvidaban de mí –se ríe-.
- De todos modos, te llegó el reconocimiento, aunque primero en el exterior. ¿Cómo viviste lo de Israel, primero, y lo de Rusia, después?
- Lo de Israel me tomó por sorpresa. Yo creo que estuvo motivado por la fama de la Oreiro. Parece que pasaban “Muñeca brava” y se les enganchaba un pedazo del noticiero. Así fui entrando, después llegaron los viajes, tumulto en el aeropuerto y al final lo de Moscú...
- … donde hasta te ofrecieron un lugar en el canal estatal…
- … sí, exactamente, pero yo dije que no, ni lo dudé, siento que acá tengo todavía una deuda pendiente, ganarme al público.
- Pero si ya te lo ganaste.
- No del todo, no del todo. No me lo gané del todo. A veces tengo la sensación de que la gente se ríe un poco de mí. A mí qué me importa el club de fans en Rusia o donde pindonga sea, si salgo a la calle y me hacen chistes con el apellido, o me piden una foto y me ponen unos cuernitos. Ya sé que no soy Andino, tampoco soy boludo, solamente pido un poco de paciencia, que me sepan esperar, no soy un futbolista, los locutores explotamos a los sesenta, setenta.

Y con estas palabras Penín nos acompaña hasta la puerta de su casa de Parque Luro, se lo nota un poco triste, está cabizbajo. Tiene que juntar fuerza para salir al aire, ya falta poco para las doce.

jueves, 16 de julio de 2009

Gripe porcina. Preguntas y respuestas para casos puntuales

Pregunta
Me siento en la mesa de un bar y veo que el mozo todavía no retiró los jarritos de café del cliente anterior, me pongo a charlar y sin prestar atención agarro una cucharita usada y la chupeteo un buen rato. Cuando me doy cuenta, miro hacia la ventana del bar y veo salir al cliente anterior: es un viejo que tose, estornuda sin taparse la cara y escupe flema en la calle. ¿Qué hago?

Respuesta
Diríjase inmediatamente a un centro de atención sanitaria, no toque a nadie.

Pregunta
Voy caminando por la peatonal y piso una cáscara que me hace resbalar, para no caer mal apoyo la mano en un charco de flema. La flema me salpica los lagrimales y las orejas. ¿Sigo camino o me aíslo en cuarentena?

Respuesta
En cuarentena, el virus sigue activo en los tejidos de la flema durante siete horas.

Pregunta
Estoy en una fiesta y una joven / un joven me incita a un intercambio sexual en el baño. Más tarde, me doy cuenta que no he sido el único favorecido, y que nadie toma recaudos a la hora del desenfreno. ¿Ya es tarde?

Respuesta
Efectivamente, el virus H1A1 resulta particularmente estimulado por las actividades sexuales y se sigue desarrollando cuatro horas después del coito.

Pregunta
Voy a una farmacia a comprar barbijos y me dicen que los comunes se acabaron, pero que por diez pesos pueden venderme un modelo especial. Lo compro, pero luego me entero por televisión que en esa farmacia están vendiendo barbijos usados pertenecientes a enfermos terminales, sin desinfectar y con residuos patológicos. ¿Hay esperanzas para mí?

Respuesta
Absolutamente ninguna. El virus H1A1 encuentra especial confianza entre los residuos patológicos, mutando cada 4 horas.

Pregunta
Vivo en el campo, no tengo mujer ni hijos. Mi única fuente de ingresos proviene de la crianza de chanchos. La abstinencia me lleva a cometer zoofilia de vez en cuando. Por desgracia, me entero de que cuatro de mis chanchos están infectados con el virus de la influenza porcina. ¿Debo detener mis prácticas?

Respuesta
Inmediatamente, el porcino gusta de la relación, y con el tiempo el virus se desarrolla y muta.

miércoles, 15 de julio de 2009

Me encontré con Pulti y Pezzatti


Me encontré en la costa con Pulti y Pezzatti. Estaban charlando. Pezzatti señalaba un objeto lejano con el dedo índice algo doblado. Pulti sonreía levemente. Lo miré mejor y vi que no era una sonrisa, era un rictus que lo ayudaba a enfocar la vista en aquello que Pezzatti señalaba. Pezatti parecía estar hablando en serio, fruncía un poco el entrecejo, pero con firmeza. Si bien estaban bien vestidos, parecía que sus preocupaciones iban más allá de su propio aspecto. Estaban concentrados en el objeto de su charla, algo a lo lejos.

Le pregunté a Pulti si tenía hora, pero me dijo sin mirarme que no traía reloj. Volvió enseguida la vista al horizonte. Pezzatti pareció molestarse, levantó nuevamente la mano, quebrando siempre el dedo índice, y señaló otra cosa a lo lejos, dándome esta vez la espalda.

Serie Narosky en fotos







Alguien arroja una piedrita en la playa, pero viene otro y la recoge